Dedicado a mis hijos, June y Aimar.
Pablo era un chico de seis años que
vivía en Vigo. Su mamá tenía una pierna de cada color. Una era de
color carne y la otra cambiaba cada día. A veces era azul, como el
cielo. Otras era roja, como el tomate. Y algunos días negra, como el
carbón.
Pablo no entendía qué le sucedía a
la pierna de su mamá. “¿Me pasará a mí también cuando sea
mayor?” se preguntaba.
Cuando salían a pasear se fijaba en
las piernas de la gente y todas eran del mismo color: marrones,
negras, color carne, grises...
No veía ninguna persona con una pierna
de cada color. Él quería ser como su mamá, así que tomo una
decisión.
Un día, la mamá de Pablo recibió una
llamada del colegio.
"Hola, soy la señorita de Pablo.
Me gustaría hablar contigo. ¿Puedes venir mañana a las cuatro de
la tarde?"
La mamá acudió a la cita.
—Hola Begoña —saludó María dándole
la mano—. Estoy muy preocupada por tu hijo. Todos los días en el
patio se pinta una pierna. Un día azul, otro día roja, otro día
negra… Me paso toda la tarde frotándole con una esponja para
limpiarle. Él dice que quiere tenerla así, que quiere ser como tú. La verdad, no entiendo nada.
Begoña, la mamá de Pablo, se levantó
el pantalón y le enseñó su pierna con la media de color morado.
Después, le mostró la otra, de color carne. La señorita le miró
con cara de sorpresa.
Entonces Begoña le explicó lo que le
ocurría.
—¡Qué buena idea me has dado,
Begoña! Mira, estamos haciendo un proyecto sobre enfermedades y
estamos pidiendo a los padres y madres que tengan alguna enfermedad,
que vengan a explicárnosla. No sabía que tú tuvieras una… ¿Te
animas?
—¡Claro que sí! —respondió.
El viernes por la tarde, Begoña se
puso su media azul y se dirigió al colegio. Abrió la puerta de la
clase de su hijo y se quedó boquiabierta. Todos los niños y niñas
de la clase estaban vestidos de médicos y enfermeros. Tenían una
camilla hecha con mesas y mantasy llevaban instrumentos de medicina:
uno tenía una jeringuilla, otro una venda, otro tiritas, etc. La
señorita le pidió que se tumbara en la camilla y que enseñara sus
piernas..
Todos los niños miraban atónitos a la
vez que pensaban la manera de curarle.
—¿Por qué tienes esa venda azul? —preguntó una chica de ojos oscuros.
—Mi pierna derecha no funciona como
la izquierda, así que tengo que llevar la media para que funcione
mejor. ¿Habéis estudiado que tenemos venas debajo de la piel? —Todos respondieron “siiiiii”—. Pues también tenemos unas venas
que llevan un líquido llamado linfa. Mi linfa circula más despacio
así que se me hincha la pierna y a veces me duele mucho. A mí me
pasa en la pierna pero a algunas personas les pasa en el brazo.
—¡Yo te pondré una inyección! —dijo un chico acercándole la jeringuilla a la pierna.
—¡Uy, no, no.! Gracias, pero no se
puede pinchar la pierna mala. Tampoco se deben hacer heridas, ni
quemaduras… Y además hay que evitar picotazos de insectos —El
chico se dio la vuelta decepcionado y guardó la jeringuilla.
—Yo te tomaré la tensión —dijo
una niña acercando el tensiómetro.
—¡Gracias, cariño! A mí sí,
pero a los que tienen linfedema en el brazo no se les puede hacer. —La chica le tomó la tensión y le dijo que estaba perfecta.
—¡Yo te daré una pastilla para
curarte! —le dijo un niño de pelo rubio.
—¡Gracias! ¡Qué buenos médicos
sois! Pero esta enfermedad no se puede curar con pastillas.
—¿Entonces cómo se cura? —preguntaron todos a la vez.
—No se puede curar. Sólo se puede
cuidar. Por ejemplo, con masajes suaves, con medias, haciendo
ejercicio, comiendo sano, poniendo la pierna o brazo en alto…
—¡Qué fácil! —dijo una niña
de trenzas pelirrojas mientras le hacía un suave masaje en la
pierna.
La mamá de Pablo no se curó, pero
volvió a casa muy feliz. A los dos días, recibió una carta de
parte de la señorita María. Era una foto de todos los niños de la
clase con las piernas y los brazos de colores. También se habían
pintado los labios y sonreían creando un gran arco iris lleno de
alegría y esperanza .
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