Menguan unas gotas saladas
al rozar tus mejillas
y tropezar con los surcos de tus
arrugas.
Tus ojos, vidriosos,
aún consiguen vislumbrar
la balsa que abastecía a la villa de
agua
y que te vio por primera vez llorar.
Balsa testigo del amor
y segadora de vidas,
amigos y novios allí se citaban,
algunos incluso a escondidas.
Y ahora yace,
dormida bajo un gran parque.
Albergando juegos, risas, alegría,
gritos, llantos y algarabía.
Orgullosa de haber sido,
culpable del apodo
que da nombre al sopicón,
de sopas buen comedor.
Balsa de agua, de vida,
de luz y de esperanza...
Parece que el tiempo se para
al clavar tu mirada en ella.
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