EL EMPUJÓN

 

Imagen de SERGIO GARRIDO en Pixabay


EL EMPUJÓN

¿Quién no ha sentido alguna vez ganas de matar a alguien? Un ataque de ira sobrevenida, tal vez. Un odio visceral ascendiendo ardiente por el estómago… Una envidia corrosiva abrasando el interior de tu cuerpo… Es cierto, estoy exagerando. No hubo efectos especiales y mi hazaña no inspiró ni al mismísimo Tarantino. Todo esto es fruto de mi mente, que en lugar de simplificar los recuerdos, es capaz de tirar cohetes y hacer de una banalidad todo un mito. 

—Lo único que sé con certeza es que ayer se presentaba un día ideal. El cielo despejado, quince grados… A pesar de ser las cuatro de la mañana y morirme de sueño me vestí y salí enérgica por la puerta. Llegué a la calle Santo Domingo y deposité mis pertenencias: una mochila y una manta. Sin darme cuenta llegaron las ocho menos diez y mi vejiga no resistió más. Cuando regresé del baño y vi a aquella mujer en mi sitio, solo pude empujarla y recuperar mi lugar. Cayó por la muralla a la vez que asomaba el primer toro por la cuesta y sufrió una grave cornada. —Silencio—. Yo solo quería disfrutar del encierro, como todos los días… ¿Es eso delito, señor agente? 





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